Escrito por Redacción SJN
1 Ago

Lectura del santo evangelio según san Mateo: 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: «¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?» Y se negaban a creer en él.
Entonces, Jesús les dijo: «Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa». Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.
Las palabras de los Papas
Detengámonos en la actitud de los paisanos de Jesús. Podemos decir que ellos conocen a Jesús, pero no lo reconocen. Hay diferencia entre conocer y reconocer. De hecho, esta diferencia nos hace entender que podemos conocer varias cosas de una persona, hacernos una idea, fiarnos de lo que dicen los demás, quizá de vez en cuando verla por el barrio, pero todo esto no basta. Se trata de un conocer diría ordinario, superficial, que no reconoce la unicidad de esa persona. Es un riesgo que todos corremos: pensamos que sabemos mucho de una persona, y lo peor es que la etiquetamos y la encerramos en nuestros prejuicios. (…) Y aquí entramos precisamente en el núcleo del problema: cuando hacemos que prevalezca la comodidad de la costumbre y la dictadura de los prejuicios, es difícil abrirse a la novedad y dejarse sorprender. Nosotros controlamos, con la costumbre, con los prejuicios. Al final sucede que muchas veces, de la vida, de las experiencias e incluso de las personas buscamos solo confirmación a nuestras ideas y a nuestros esquemas, para nunca tener que hacer el esfuerzo de cambiar. Y esto puede suceder también con Dios, precisamente a nosotros creyentes, a nosotros que pensamos que conocemos a Jesús, que sabemos ya mucho sobre Él y que nos basta con repetir las cosas de siempre. Y esto no basta con Dios. Pero sin apertura a la novedad y sobre todo —escuchad bien— apertura a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que lentamente se apaga y se convierte en una costumbre, una costumbre social. He dicho una palabra: el asombro. ¿Qué es el asombro? El asombro es precisamente cuando sucede el encuentro con Dios: “He encontrado al Señor”. Leemos en el Evangelio: muchas veces, la gente que encuentra a Jesús y lo reconoce, siente el asombro. Y nosotros, con el encuentro con Dios, tenemos que ir en este camino: sentir el asombro. Es como el certificado de garantía que ese encuentro es verdad, no es costumbre. (Papa Francisco – Ángelus, 4 de julio de 2021)
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