Escrito por Redacción SJN
28 Jul
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
En un mundo en constante cambio, los abuelos y adultos mayores son un ancla de sabiduría, amor y experiencia. A menudo olvidados en la vorágine de la vida moderna, estos pilares de nuestras familias y comunidades merecen nuestro respeto, amor y gratitud. En el Salmo 71, 9 rezamos: «En la vejez no me abandones». Esta frase es el título del Mensaje que el Papa escribió para esta Jornada Mundial de los Abuelos y Personas Mayores.
La vejez, con sus desafíos y vulnerabilidades, puede ser un tiempo de gran reflexión espiritual. Para muchos adultos mayores la fe se convierte en una fuente invaluable de consuelo y fortaleza. La certeza de la cercanía de Dios es una luz que ilumina incluso los días más oscuros. Como el salmista clama, confiamos en que Dios no abandona a sus fieles en su vejez, sino que permanece a su lado, brindando paz y esperanza. Nos enseña Francisco en su Mensaje: “En la Biblia, pues, hallamos la certeza de la cercanía de Dios en cada etapa de la vida y, al mismo tiempo, encontramos el miedo al abandono, particularmente en la vejez y en el momento del dolor (…) Con mucha frecuencia la soledad es la amarga compañera de la vida de los que como nosotros son mayores y abuelos”. En esta etapa de la existencia los necesitamos comprometidos en la oración de intercesión por la familia, la Iglesia concreta. Muchos han sido catequistas y nos siguen enseñando con su ejemplo de vida.
El apoyo emocional y físico de la familia es crucial para el bienestar de los adultos mayores. Las visitas regulares no solo alivian la soledad, sino que también fortalecen los lazos familiares y aseguran que reciban el cuidado que necesitan. Es esencial que las familias reconozcan la importancia de estas visitas, no como una obligación, sino como una oportunidad para retribuir el amor y la dedicación que los abuelos han brindado a lo largo de los años.
La amistad es un bálsamo para el alma en todas las edades, pero adquiere un significado especial en la vejez. Los amigos ofrecen compañía, comprensión y aliento. Cultivar amistades genuinas ayuda a los adultos mayores a mantenerse activos y conectados con el mundo que los rodea. Además, las amistades intergeneracionales pueden ser especialmente enriquecedoras, aportando nuevas perspectivas y energía.
Vivimos en una era marcada por el individualismo, donde a menudo se priorizan las metas personales sobre las necesidades colectivas. Este enfoque puede llevar a la marginación de los más frágiles, incluyendo a nuestros mayores. Es crucial recordar que la fortaleza de una sociedad se mide por cómo cuida a sus miembros más vulnerables. Debemos esforzarnos por construir una cultura de empatía y solidaridad, donde cada persona se sienta valorada y apoyada. “Hoy en día está muy extendida la creencia de que los ancianos hacen pesar sobre los jóvenes el costo de la asistencia que ellos requieren, y de esta manera quitan recursos al desarrollo del país y, por ende, a los jóvenes. Se trata de una percepción distorsionada de la realidad. Es como si la supervivencia de los ancianos pusiera en peligro la de los jóvenes. Como si para favorecer a los jóvenes fuera necesario descuidar a los ancianos o, incluso, eliminarlos.” La contraposición entre las generaciones es un engaño y un fruto envenenado de la cultura de la confrontación.
Los adultos mayores han desplegado vidas llenas de trabajo, sacrificio y búsqueda de paz. Su contribución a la familia y la sociedad es incalculable. Tener un corazón agradecido por todo lo que han hecho y siguen haciendo es fundamental. La gratitud no solo honra a nuestros mayores, sino que también nos enriquece a nosotros mismos, recordándonos el valor de cada etapa de la vida.
En la interacción con los adultos mayores, la comprensión y la ternura deben ser nuestras guías. Es vital escuchar con atención, mostrar paciencia y brindar apoyo. La ternura en nuestras palabras y acciones puede tener un impacto profundo, aliviando el dolor de la soledad y fortaleciendo el espíritu. Como señala Francisco, “la soledad y el descarte se han vuelto elementos recurrentes en el contexto en el que estamos inmersos”.
Hemos celebrado la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús. Los adultos mayores son un tesoro invaluable. Nos enseñan lecciones de amor, paciencia y resiliencia. Recordemos siempre la súplica del Salmo 71 y no abandonemos a nuestros mayores en su vejez. Que nuestras acciones reflejen un corazón agradecido, una fe firme en la cercanía de Dios y un compromiso inquebrantable con la familia y la amistad. Expresemos comprensión y ternura, cuidemos de los más frágiles, y celebremos la rica herencia que nuestros mayores nos han dejado.
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